Andrea no creció envuelta en la cultura de los bailes típicos bolivianos, tampoco en el colegio le enseñaron las notas del himno nacional y mucho menos tuvo la suerte de experimentar el fresco aroma del api que sale cada mañana del mercado de la calle 25 de Mayo.
Su amable voz, resultante de la fusión entre la cultura gringa y los rasgos bolivianos que su padre ha sabido inculcarle, en nada se asemeja a la de los niños cochabambinos. Su acento español agraciado cautiva.
Andrea Martínez tiene nueve años y es una de las mejores taekwondistas en Estados Unidos, donde nació. Sin embargo, en sus venas corre sangre boliviana. Su padre Raúl Martínez, atleta reconocido que obtuvo la medalla de plata en los Bolivarianos de 1993 y participó en cuatro Juegos Panamericanos, entre otras cosas, ha hecho de su pequeña niña una auténtica campeona.
“Veía cómo competían y creí que me iba a gustar. Además, mi papá ganaba mucho. Yo quería medallas”, exclama la niña.
CAMPEONA EN JUEGOS ESTATALES Recientemente, Andrea fue reconocida como Mejor Deportista en los Juegos Estatales de Estados Unidos, logro que fue producto de la dedicación y el interés que despertaron en el espíritu de la atleta.
La academia Tiger VA, que su padre Raúl tiene en Virgina, ha sido el lugar en el que Andrea se ha formado y donde compartió con otros hijos de bolivianos.
“Se comenzó a interesar en el taekwondo porque veía a mis sobrinos entrenando. Luego, ella tuvo buenos resultados. Tal vez sea cuestión de genética, no lo sé, pero nos ha ido muy bien”, describe Raúl, quien preparará a su pequeña para una próxima competencia en Washington DC.
BOLIVIA, UN NUEVO MUNDO Por tercera vez, Andrea visita la tierra de su padre. La última vez que lo hizo tenía cinco años. Cada escena que descubre en las calles cochabambinas para ella representa un nuevo mundo y sus ojos no dejan de maravillarse.
“Bolivia es diferente, me gustan sus chocolates. Me agradaron el Chapare y el Cristo. Es bonito este país”, afirma, incluyendo un llamativo “so” (entonces en inglés) como conector entre cada idea que intenta explicar desde su perspectiva infantil.
“Quiero enseñarle taekwondo a mis hijos”, declara, de modo conciso y decidido, cual si el pensamiento fuera emitido luego de un proceso perfectamente estudiado. Sin embargo, ella no necesita acudir a horas de desvelo para tomar esa determinación porque su edad le permite jugar con sus futuros sueños.
Andrea aún disfruta de su etapa infantil. De aquí a un tiempo se descubrirá el velo que envuelve sus sueños más intrínsecos. Por el momento, piensa en ser la mejor taekwondista y va por el sendero correcto. “Quiero ser veterinaria”, dice con una inmensa sonrisa.
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