En la secundaria, durante uno de sus voluntariados, Marcela Escobari conoció a un niño de casi dos años -completamente sano- que permanecía tendido en la cama de un hogar de niños huérfanos porque no había aprendido ni siquiera a sentarse, por el simple hecho de que no había nadie disponible para tomarlo en sus brazos.
Ésa fue una de las experiencias que marcaron la visión de vida de la economista. Tanto, que además de recordar hasta hoy -más de 20 años después- aquel capítulo, decidió hacer algo para cambiar las estructuras económicas y sociales de tal forma que hechos como ése no se repitieran.
"Yo quería ser médica, pero mis padres me decían que no, que era muy sacrificado, y que era mejor que vaya a tratar de resolver problemas que no sólo ayuden a niño por niño, sino resuelvan los problemas estructurales. Todavía no se si tenían razón, ya que mis padres tuvieron mucha gratificación en su profesión siendo médicos”, afirma Marcela Escobari, quien hoy es la directora ejecutiva del Centro para el Desarrollo Internacional (CID, por sus siglas en inglés) de la Universidad de Harvard.
Hija de dos pediatras, uno boliviano y la otra argentina, Marcela Escobari es la segunda de tres retoños que la pareja tuvo y educó en Santa Cruz, donde radicaron la mayor parte de sus vidas.
Familia, la base
Los padres de Marcela se conocieron en Buenos Aires en sus años universitarios, en la década de los 60. La familia Escobari, a la que pertenecía también el canciller Jorge Escobari Cusicanqui, con mucho esfuerzo había mandado al padre de Marcela a un internado jesuita y después a hacer sus estudios en la Universidad Pública de Medicina de Buenos Aires, ya que en épocas de la Reforma Agraria esta estirpe española de propietarios de grandes latifundios había sido despojada de casi todo.
A pesar de ello, Raúl Escobari, "por más que su familia perdió toda su fortuna -dice su hija-, siempre cuenta esa historia como un tema que fue muy importante para Bolivia, que dignificó al indígena; siempre destaca que la repartición de tierras era algo necesario, quizás no en esos términos, pero sí muy importante en la historia boliviana”.
Raúl siempre se identificó con la problemática social, desde Argentina. Muchos de sus amigos allá fueron desaparecidos o escaparon durante las dictaduras militares que comenzaron en 1966, a la cabeza de Juan Carlos Onganía (1966-1970), Marcelo Levingston (1970-1971) y Alejandro Agustín Lanusse (1971-1973).
Por ello, él siempre tuvo una fuerte conciencia social y quiso demostrar eso en su carrera, siempre fue médico en hospitales pobres, públicos y rurales.
La madre de Marcela, Irene, es judía, era una de las cinco mujeres de su clase de 300 futuros médicos y la mejor estudiante entre todos ellos. Siempre valoró por sobre muchas cosas el esfuerzo, la educación integral y la buena preparación académica, por ello fue quien más se empeñó en que sus hijos estudiaran en inglés.
"Crecí en una familia donde se ponía mucho interés en el desarrollo económico y social de la sociedad; muy arraigado a la realidad de Bolivia y a la historia y los principios de justicia social”, destaca la economista.
Colegio, la ventana al mundo
Marcela y sus tres hermanos fueron inscritos en el Colegio Americano de Santa Cruz, donde recibieron formación escolarizada en inglés. La etapa colegial para ellos estuvo marcada con logros académicos, pero también llena de contrastes entre su realidad y la de sus compañeros, la mayoría de mejores condiciones económicas.
En cada vacación Marcela acostumbraba trabajar o hacer voluntariados, y en época de clases se esmeraba también en el equipo de gimnasia olímpica de Santa Cruz y, pese a sus 1,55 de estatura, era capitana del equipo de baloncesto de su colegio.
"Hace poco comenté en una charla que di a un grupo de latinas de Boston que, en Santa Cruz, el currency (la moneda) era la belleza. Y ese, lamentablemente, no iba a ser mi ticket al éxito”, afirma con una sonrisa, "tenía que encontrar otros temas en los que pudiera destacar. Disfrutaba las competencias deportivas y culturales en La Paz y Cochabamba, donde tenía la oportunidad de decir: mirá, uno puede salir adelante en otros temas que no necesariamente son ser la modelo de algo”, argumenta Marcela.
En esos encuentros entre los colegios Americano, de Santa Cruz, y Calvert, de La Paz, Marcela recuerda que conoció a personas que hoy son profesionales de mucho éxito, como el boliviano Marcelo Claure, presidente de Sprint, una de las tres más grandes compañías de telecomunicaciones de Estados Unidos; y a Darko Zuazo Batchelder, presidente del Banco Mercantil Santa Cruz.
La obtención de excelentes calificaciones fue tanto para ella como para sus hermanos el aliciente para lograr becas y estudiar en un colegio caro, más en los tiempos de la hiperinflación, cuando sus pensiones mensuales llegaban a 100 dólares y los ingresos por mes de sus padres no pasaban de los 25.
Pero los pediatras Irene y Raúl, convencidos de su inversión, hacían muchos esfuerzos para que sus hijos tengan aquella educación. Su ahínco dio frutos cuando, tal como lo hizo su hermano, Marcela calificó -durante su último curso de colegio- a una universidad en Estados Unidos. Ella escogió la Universidad de Swarthmore, ubicada en Pensilvania.
Universidad, la consolidación de una visión
Swarthmore College es una casa de estudios superiores que aún hoy se caracteriza por tener currículas con fuerte enfoque académico y social. Muchos de sus estudiantes son activistas además de grandes ideólogos sociales y económicos; y ése era el lugar al que Marcela quería ir. Asimismo, su hermano mayor, que ya estudiaba en Harvard ese año, le aconsejó postular a aquella universidad.
Marcela cumplió con los requisitos de ingreso. Swarthmore es una de las pocas universidades en Estados Unidos que apoya con ayuda financiera a estudiantes internacionales con excelentes credenciales. De esa forma Marcela pudo estudiar con el apoyo de becas durante toda su carrera; pero además trabajó "de todo” durante la carrera.
En esos años participó en varias movilizaciones por los derechos de los trabajadores. Una de ellas fue en sus primeros años de universitaria, contra la Proposición 187, aprobada en 1994, en California, que le negaba derechos de educación y salud a los inmigrantes ilegales.
"Eso nos parecía injusto no sólo porque se trataba de gente migrante que ocupa los trabajos más difíciles en las plantaciones agrícolas, sino porque prohibirles los beneficios era completamente contraproducente, porque si a los migrantes les agarraba una pulmonía o cualquier enfermedad infecciosa podían contagiar al resto de la población. Es decir, no era una política inteligente, era simplemente una política xenofóbica y cruel”, asegura la economista .
Profesión, el servicio
Al salir con el grado de bachelor de Swarthmore College, ya había tenido experiencia con trabajos de desarrollo económico. Uno de ellos se realizó en un verano que pasó con los ayoreos, en un proyecto del Banco Mundial en la Chiquitania Boliviana.
"Sin embargo, después de graduarme decidí ir al sector privado, a la banca de inversión. Fui a J.P. Morgan en Wall Street porque quería aprender cómo operan los mercados internacionales, cómo fluyen las inversiones y cómo toman decisiones las grandes empresas”, cuenta Marcela. Fue una gran experiencia que después le beneficiaría en "entender cómo ayudar a insertar a las poblaciones más periféricas a las cadenas de valor internacional”, explica.
Así, en lugar de estar con botas y mochila y viviendo en la mitad de la Chiquitanía, ahora la economista estaba en Wall Street, en la meca financiera de los Estados Unidos.
Y como ya era hora de hacer el postgrado y lo que a ella le apasionaba era el desarrollo económico, en vez de hacer un MBA, decidió postular a la Escuela de Gobierno de Harvard, donde se dedicó al área de políticas públicas y desarrollo económico. Mientras estudió allá hizo algunos trabajos junto a sus docentes y realizó su tesis de maestría sobre las políticas públicas enfocadas en las tecnologías para el desarrollo.
"La idea era que estas tecnologías iban a tener un impacto grande en cambiar las posibilidades de los pobres. Hice mi tesis en la India, ayudando a las comunidades más remotas para que usen internet para conseguir trabajo e información de precios y no ser abusados por los intermediarios, para tener más control sobre su efectividad productiva”, explica.
Al terminar la maestría, en 2001, comenzó a trabajar en proyectos que implementaban el modelo de clusters industriales, propuesto por Michael Porter, en países de Latinoamérica y el Caribe. Aquellos consistían en que los mismos procesos y análisis estratégicos que ayudaban a mejorar la productividad en las empresas sean replicados en ciudades y países para que se vuelvan más competitivos.
En medio de ese trabajo, Marcela contrajo nupcias con Beran Rose, un norteamericano con quien había comenzado un romance cuando ella estaba en Harvard y él, en MIT. Se casaron en 2004, en New Orleans, Luisiana, el estado donde creció Beran, al sur de Estados Unidos.
Los padres, familia y algunos amigos de Marcela viajaron desde Bolivia y celebraron en una boda divertida y no muy grande, donde mezclaron varias religiones. La mamá de Beran era ministra de una iglesia cristiana y la familia de Marcela es mitad judía y, por su papa, mitad católica, por tanto, la boda incluyó partes de cada cultura.
Las respuestas a la visión familiar
En 2006 nació el primer hijo de Marcela y Beran, Nicolás Escobari Rose, por lo que la economista decidió dejar su labor en proyectos en países lejanos y dejar de viajar con su hijo en brazos. Dejó la consultora donde había trabajado de 2001 a 2007 gracias a que siempre mantuvo un vínculo con sus profesores de Harvard, pues lideraba los estudios en América Latina y el Caribe del grupo OTF. En noviembre de ese año fue llamada a ser la directora ejecutiva del Centro de Desarrollo Integral (CID) de Harvard.
Cuando fue nombrada a ese puesto, el CID tenía un presupuesto de un millón de dólares por año y un equipo de tres personas. Sin embargo, su empuje y el del personal lograron que hoy sea un instituto que resalta el nombre de la Universidad de Harvard, pues crea modelos de desarrollo económico muy innovadores que son tomados por varios organismos internacionales y países, y con fondos que superan los 10 millones de dólares y con 65 profesionales como parte del personal.
"Nuestras ideas de cómo crear diversificación y crecimiento, y nuestras metodologías y herramientas la utilizan en el BID, en el Banco Mundial, en oficinas de cooperación y en muchas organizaciones y países”, asegura. La experiencia en proyectos alrededor de todo el mundo le ha mostrado a Marcela una salida a los temas que tanto interesaron a su familia en su niñez y juventud.
"No se trata de capitalismo o no capitalismo, se trata de cómo usar a los mercados para crear riqueza, insertando en estos mercados a los más pobres. Y con esta riqueza crear un sistema de educación y salud con el cual que la gente tenga la posibilidad de acceder a una mejor vida”, finaliza la experta.
Sus padres aún viven y trabajan en hospitales de Santa Cruz, mientras ella, su esposo y sus dos hijos, Nicolás y Lucas, viven en Cambridge, Massachusetts.
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