Tiene 13 años y empezó a trabajar desde los cinco como cobrador de minibús, cargador, cantando en los micros y barriendo la entrada de casas. Ahora vende chicles, chocolates y cigarros en las noches.
No es muy alto, pero su voz es la de alguien mucho mayor. Tiene un timbre y una fuerza inusuales en un adolescente, aunque su cuerpo no lo refleje.
Mantiene una mirada orgullosa, la que -según él- le ayuda a expresar sus ideas y ser escuchado como delegado de su zona en la Unión Nacional de Niños, Niñas y Adolescentes Trabajadores de Bolivia (Unatsbo).
Camina lentamente cargando una caja de cartón llena de chicles y cigarrillos; la gente no le presta mucha atención, aunque sí los otros niños que venden en la plaza de San Pedro. “No duermo mucho, el trabajo es agotador y la escuela también, pero no puedo dejar ninguno”.
Su jornada comienza a las 9:00, cuando sale a vender por San Pedro. Sus rondas se prolongan hasta las 12:30, cuando vuelve a casa a cambiarse de ropa para ir a la escuela, además de entregar lo ganado a su madre.
“Sólo me guardo lo de los pasajes y un par de pesos para mi recreo”. Sus materias favoritas son biología e historia, pero “hay que aprender todo lo que se pueda, aunque las matemáticas son difíciles”.
Saliendo de clases vuelve a casa y prepara la caja, se abriga y se reúne con los niños trabajadores de su barrio. La mamá de uno de ellos los acompaña al centro.
“En las noches trabajo en los bares de Sopocachi, desde las 20:00 hasta las 2:00, aunque eso depende de la noche”.
Los fines de semana la jornada puede prolongarse; sin embargo, sus ingresos se vieron reducidos en el último tiempo.
“Los guardias de la Alcaldía no nos dejan trabajar y nos mandan a nuestras casas, por eso ahora salimos acompañados de un adulto”, cuenta.
Normalmente llega a casa agotado y duerme hasta que es hora de volver a salir a vender, a las 9:00 del día siguiente.
Tiene un hermano menor, de cinco años, quien lo acompaña a veces. Sin embargo, el mayor peso lo lleva él después de que su madre tuvo un accidente hace cuatro años y no puede caminar bien. Además, es huérfano de padre y aunque sus tíos que viven en Cochabamba envían algo de dinero, “siempre falta”.
Por día reúne a lo mucho 50 bolivianos, a lo que le resta lo que gasta en reponer cigarrillos y chicles, su comida y los pasajes hasta su casa, en El Alto.
“Al mes, con lo que ganan mi mamá, mi hermano y lo que mandan mis tíos sobrevivimos apenas, aunque a veces queda un poco para guardar o gastar en cosas urgentes”.
Confiesa que a veces le alcanza para comprarse ropa o ir a comer una hamburguesa con sus amigos del colegio, quienes no saben qué es lo que hace durante las noches y por eso cuando habló con Página Siete pidió no ser identificado ni fotografiado.
Niños trabajadores piden normativa
Los representantes de la Unión Nacional de Niños, Niñas y Adolescentes Trabajadores de Bolivia (Unatsbo) piden que la labor de su sector sea reconocida en la Ley General de Trabajo.
De acuerdo con el coordinador Cristóbal Mamani, la principal preocupación es visualizar a los niños trabajadores ante el Estado.“Las propuestas en justicia van en el sentido de dejar de negar que existe trabajo infantil y hacer que estos niños y niñas trabajadores sean protegidos por la ley”, dijo el coordinador.
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