Hace casi medio siglo, durante su estancia en el hogar de niños Gota de Leche, administrado por religiosas en Cochabamba, Alicia sufrió los rigores de un modelo asistencialista tradicional, sin trato personalizado, como marcaba la época, con una educación rígida, fría. Se constituyó en una víctima más de la violencia física y psicológica que una educadora ejercía en ese antiguo centro de acogida, como tantos otros niños que tuvieron la desgracia de ser abandonados o quedar huérfanos.
Allí se crío desde los dos hasta los 15 años. Siendo una niña no entendía por qué estaba ahí si no era huérfana y tenía hermanos, entonces un día su padre le explicó que su madre había abandonado a la familia, lo que le obligó a internar a sus hijos para que estuvieran mejor.
Por esos designios del destino, la infancia de Alicia fue triste hasta los nueve años. A esa corta edad en la que muchos niños son felices, todo lo tenía prohibido, todo para ella era severidad, disciplina y golpes… La vida le enseñaría más tarde a sopesar las penas con las alegrías...
Rechinar de limpio
A pesar de su corta edad, tenía que trabajar duro para que las cosas “rechinen de limpio”. Utilizaba un uniforme de gala de estilo europeo, largo y oscuro, con una blusa blanca con mangas abombadas y un mandil. También debía usar un vestido de diario a rayas. Ahora, odia ese diseño.
Como sabían que su padre era cocinero, a ella le endilgaron el apodo de “cocinera”, algo que le disgustaba mucho.
Pero era una situación común, pues cada una de las internas llevaba su mote.
Pese a las circunstancias, Alicia se encariñó con la Madre Superiora, la hermana Consolata Winkler, a la que recuerda con mucho afecto. Cuando la administración de Gota de Leche pasó a manos de los civiles, se entristeció por la partida de esa querida monja, quien la invitó a irse con ella pero no aceptó.
Aldeas SOS: el cambio
Al cambiar la administración también se renovó la razón social del hogar por Aldeas Infantiles SOS. A partir de ese momento, todo cambió para bien: la diferencia entre la antigua y nueva institución fue enorme.
Ingresó a trabajar como educadora Sema Vargas, con quien Alicia compartió desde que tenía nueve años hasta los 16, cuando la noble mujer tuvo que dejar el trabajo por la salud de su madre. Con ella, la pequeña conoció una vida más tranquila y sin violencia.
Cuando había problemas o peleas entre los niños, Sema reflexionaba en vez de gritar, y les decía: “Busquen en la Biblia dónde dice el Señor que debemos pelear”. Como los niños no encontraban ese versículo, ella les motivaba a abrazarse y a pedir perdón.
Otras veces llevaba a los niños de visita a su casa donde podían comer alimentos diferentes, preparados a la leña: tostaditos, lawas, phiri… ¡cómo les encantaba a los chicuelos saborear esas novedades!
Para Alicia, Sema era su madre. Le encantaba su forma de ser y, no cabe dudas, ella reemplazó el vacío que había dejado la suya biológica. Hoy, la recuerda como su tesoro… la esencia de la palabra “mamá”.
Aunque Sema formó su propia familia, nunca dejan de verse con Alicia: se aman incondicionalmente.
Mamá religiosa
Cuando Alicia otra vez se quedó sola en Aldeas, aceptó la invitación de la madre Consolata para concluir sus estudios en Santa Cruz (generalmente estudiaban hasta primero medio y luego se dedicaban a trabajar en casas particulares). Una vez allí, sin darse cuenta, adquirió el ritmo de las aspirantes a religiosas: a las 5:00 de cada mañana ya estaba de pie y luego presente en la mesa y en misa.
Entonces, llegó la pregunta que se venía venir: “¿Quisieras ser religiosa?”. Y ella se animó a probar, y le gustó, descubrió su vocación de servicio por los demás, hizo votos perpetuos. Se sentía amada por Dios y feliz por escoger ese camino. Paralelamente, estudiaba Enfermería.
Cuando faltaba un mes para tomar el anillo, un sacerdote le dijo que tenía que estar segura de la decisión que iba a tomar, pues hasta ese momento su vida prácticamente venía transcurriendo en el encierro. Del hogar de acogida había pasado al convento sin escalas, sin conocer cómo era el mundo. Entonces, le ordenó que durante un año viviera una vida normal, en el “mundo”, bajo la supervisión de un sacerdote en forma mensual. Después de ese tiempo podría volver, si así lo quisiera. También le dijeron que uno de los requisitos para ingresar al convento era ser hija legítima, y ella no estaba reconocida.
Cuando faltaba un mes para tomar el anillo, un sacerdote le dijo que tenía que estar segura de la decisión que iba a tomar, pues hasta ese momento su vida prácticamente venía transcurriendo en el encierro. Del hogar de acogida había pasado al convento sin escalas, sin conocer cómo era el mundo.
Como no tenía otra opción, aceptó el dinero que le dieron las religiosas para que pudiera sostenerse unos tres meses, con la instrucción precisa de no acercarse al convento ni a la iglesia. Alicia quedó desconcertada con lo que le pasó, estaba segura de querer dedicar su vida a Dios.
En ese momento enfrentó una crisis, porque la gente y su propia familia la juzgaba pensando que había dejado el convento por una decepción o por haberse enamorado de alguien. Se sentía muy dolida. Finalmente, decidió regresar a Cochabamba y presentarse a Aldeas Infantiles SOS como una hija de esta institución solicitando trabajo.
El Director la aceptó y destinó a Tarija, donde debía atender a las visitas. Como el trabajo era liviano, se ofreció a ayudar a una de las madres de Aldeas que tenía nueve hijos. Casi de inmediato se ganó la confianza de todos: los niños le empezaron a decir “tía, tía…” y ella se sintió feliz con tantos sobrinos.
En esos momentos se dio cuenta de que, a diferencia de lo que ella vivió, los pequeños tenían la dicha de gozar de una familia. Y que las madres sustitutas tenían una excelente formación.
Pasó el tiempo y le pidieron que se convirtiera en una de ellas. Ahora recuerda que le invadió un temor al fracaso y a convertirse en una madre rigurosa.
Cuando tocó la hora de la evaluación final del sacerdote, Alicia le expresó sus dudas sobre ser religiosa o madre y él le dijo: “Dios te puso aquí, estos niños te necesitan, renuncia al convento”. Y así fue.
En Sucre
Después de trabajar en Tarija y Oruro se capacitó en Cochabamba para ser madre; quería empezar con una familia nueva y la oportunidad se presentó en Sucre, donde se iba a inaugurar Aldeas Infantiles SOS. De un momento a otro le comunicaron que debía ir a recoger a sus hijos a La Paz para llevarlos a Sucre, donde vivirían.
Cuando estuvo frente a ellos se le abalanzaron y abrazaron, diciéndole “¡mami!, ¡mami!…”. Ella, de su parte, asustada pensaba: “¡No!, yo no soy su mamá, ¡qué les pasa a estos niños!”.
Su idea era tener a sus hijos gradualmente, pero nunca siete en uno. La suerte estaba echada desde el momento en que le dijeron “mami”. Ahí mismo se selló un vínculo afectivo irrompible y asumió su maternidad, un compromiso que nunca defraudaría.
Siete hermanitos de un padre que se volvió alcohólico y una madre que murió. El más pequeño, un bebé de nueve meses, era piel y huesos por su grave estado de desnutrición; la mayor, una niña de nueve y ella, una mujer de 28 años.
Los niños eran bien unidos y cooperadores entre ellos. Ese detalle robó el corazón de Alicia, que se capacitó más todavía para sacarlos adelante, ayudar a que superen traumas con mucho amor, paciencia y sacrificio.
Al igual que en cualquier familia, la vida en este hogar transcurrió y se desarrolla entre luces y sombras, con satisfacciones, alegrías, tristezas, disgustos y enfermedades.
Alicia tiene un carácter fuerte: cuando amerita, se pone firme porque le gustan las cosas correctas, pero también es dicharachera, bonachona, sencilla, con un enorme corazón y paciencia infinita. Sus hijos son su extensión: adquirieron su forma de ser.
En 2005 enfermó del colon, la operaron de emergencia en Cochabamba y estuvo tan mal que pensó en renunciar a ser madre. Era Navidad y todos sus hijos le pidieron de rodillas que no los abandone; ellos mismos se comprometieron a cuidarla. Gracias a Dios, con el tiempo mejoró.
Una familia crecida
En los últimos años, la familia creció. Alicia tiene 20 hijos tras haber criado seis bebés, dos nacidos prematuramente. Y le queda trabajo por hacer: ahora el menor tiene cinco y el mayor, 15 años.
Entre sus hijos hay una psicóloga, un gerente de ventas, una profesora de kínder, una pedagoga, un técnico en alimentos, un estudiante de Contaduría, un flamante bachiller y otros en colegio todavía, fruto de muchas horas de dedicación, esfuerzo, compromiso y, sobre todo, amor.
Entre sus hijos hay una psicóloga, un gerente de ventas, una profesora de kínder, una pedagoga, un técnico en alimentos, un estudiante de Contaduría, un flamante bachiller y otros en colegio todavía, fruto de muchas horas de dedicación, esfuerzo, compromiso y, sobre todo, amor.
Un ¡feliz cumpleaños!
Alicia educó a sus hijos por igual: todos saben cocinar y son colaboradores. De tanto prodigarse por ellos, esta supermamá nunca festejó sus propios cumpleaños. Pero este 2015 fue distinto porque todos sus hijos le organizaron una inolvidable fiesta para celebrar su medio siglo de vida.
El tiempo flexibilizó su carácter y ha aprendido a ponerse siempre en los zapatos de los demás para entenderles. A pesar de tener la salud un poco deteriorada, siempre está cuando sus hijos mayores la necesitan o acuden a ella en busca de un consejo.
En estos días, Alicia se alista para festejar la Navidad, en la que se reunirá con todos sus hijos y sus siete nietos. “La casa es pequeña, pero el corazón grande”.
En una enorme olla preparará una deliciosa picana, como solo ella sabe hacerlo, y brindará y disfrutará junto a sus amores…
“Yo me siento una mamá afortunada, con un marido bueno que económicamente no me hace faltar nada, porque mensualmente tenemos un presupuesto gracias a los amigos SOS que aportan con su granito de arena; gracias a la institución también tengo un sueldo que lo comparto con mis hijos.
Tengo lindos hijos, me siento bendecida por Dios. ¡Cómo no me voy a sentir feliz!, ¡cómo no voy a sentirme mujer!, ¡cómo no voy a estar realizada con ellos!”.
Una vida dedicada a los demás
- María Alicia Prado Gonzáles es una hija de Aldeas Infantiles SOS.
- Hace 22 años que es madre de vocación de Aldeas.
- Vive en Sucre hace 18 años.
- Tiene 20 hijos y siete nietos.
- Para cumplir su papel recibió una capacitación personalizada: es proactiva y líder de su comunidad.
- Ahora supervisa la formación de otra madre.
- Cuando se jubile, gozará de un plan de vivienda.
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