Emprendedora apoyo y respaldo familiar
Ella, desde joven, aprendió a trabajar por su familia, a quien inculcó el compromiso hacia
el trabajo honesto y la apuesta
por el emprendimiento personal.
Con paso firme y seguro, María Eugenia Antezana Gandarillas, una mujer de pelo corto, mediana estatura
y complexión media, se acerca al lobby del Gran Hotel Cochabamba.
Durante su trayectoria por el pasillo se encuentra con algunos empleados, quienes la saludan con marcado aprecio y ella, responde de igual manera.
El entorno decorativo del lobby del hotel es bastante agradable, luz tenue, tres ambientes para reuniones informales, con living de cuero, mesitas centrales de madera con arreglos florales, un tanto formal y María Eugenia, no es así. Ella es una mujer sencilla
y reservada. Sin embargo, prefiere ir a la cafetería “Acuario”, también ubicada dentro el hotel.
María Eugenia es una mujer hogareña y se nota en su forma de ser; antes de sentarnos a platicar comienza a sacar algunas fotos antiguas de un sobre manila y, a pesar de que la cita es para hablar sobre su vida, la primera es un retrato familiar, en la cual están sus seis hijos y 12 nietos (en aquella oportunidad, aún no habían nacido los mellizos de su hija menor).
Para ella, su familia es su todo y lo que hizo en su vida, desde que se casó, estuvo orientado a buscar el bienestar de sus hijos y su esposo.
DE CUNA VALLUNA
Cochabamba fue la tierra que la vio nacer. Su padre, Jorge Antezana Noya, fue un conocido banquero, y su madre Amalia Gandarillas, una de las primeras biomédicas de esta ciudad. Ella era la segunda hija; su hermana mayor Amalia y Javier, su hermano menor fueron su complemento en su infancia.
María Eugenia recuerda que su familia vivía en las calles Junín y Ecuador, los primeros recuerdos de sus travesuras se unen a las de sus vecinos, quienes día a día se daban cita en las calles cercanas para jugar “pesca pesca”
y “oculta oculta”.
“Todo era diferente, las calles eran de tierra o de piedra, no existían plazuelas como ahora y de vez en cuando íbamos al río Rocha a bañarnos”, recuerda María Eugenia Antezana.
Sus estudios en humanidades los realizó en el colegio Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús, que en aquel entonces se encontraba a pocos metros de su casa, sobre la calle Baptista.
A los siete años comenzó a jugar voleibol, deporte que -a sus 67 años- todavía práctica. Una de las mayores gratificaciones de María Eugenia es que en 1959 fue una de las fundadoras del Club Olympic, que sigue apoyando.
Su vida giraba en torno al estudio y el deporte y, por ahí ya estaba soplando la brisa del amor, de la mano de Roberto Pavisic, a la corta edad de 13 años.
“Antes no habían selecciones, como ahora, pero por muchos años yo iba como apoyo de Juventud Estudiantil Católica (JEC) a Oruro y también a La Paz”, afirma Antezana.
“Egresé del colegio en 1966, con mis 22 compañeras. Era una promoción especial porque ese año se celebraban las Bodas de Oro del colegio”, recuerda.
Al año siguiente, se inscribió en la carrera de Arquitectura de la Universidad Mayor de San Simón, pero no pudo terminarla ya que contrajo nupcias.
“Empezamos a enamorar cuando tenía 16 años. El 20 de diciembre de 1969 nos casamos en el templo del Hospicio”, recuerda Antezana.
En 1970 llegó Carlos Antonio, más conocido como “Totoño”, luego -cada dos años- llegaron Jorge, Bernardo, Sergio y Javier; a los cinco años, cuando ya no esperaban tener más hijos se llevaron una sorpresa.
“Estaba embarazada y cuando mi bebé nació mujer, fue una alegría para todos... mi Claudia”, señala.
María Eugenia quería dedicarse a la crianza y educación de sus hijos, razón por la cual, se convirtió en ama de casa, mientras su marido trabajaba como entrenador de los equipos de fútbol Bata, Petrolero, Wilstermann y Aurora.
Cuando todo parecía estable, una mala decisión en la vida, los llevó a perder su casa y asumir grandes cambios en su vida.
OLFATO EMPRESARIAL
Sin casa y sin trabajo, se vieron casi obligados a vivir y administrar el Club Yugoslavo. “Nos metimos a ese rubro sin saber leer ni escribir, pero todos nos ayudaron”, dice Antezana; posteriormente administraron la piscina del Club Social, que en primera instancia funcionó como Club Olympic y luego como salón de fiestas; así, poco a poco comenzaron a incursionar en el rubro de los eventos sociales.
“Totoño nos dio la visión del negocio y todos trabajábamos, desde la limpieza hasta la atención del evento, puesto que mis hijos eran los meseros”, menciona.
“Yo estaba siempre en la cocina. No teníamos mucho personal, apenas éramos siete; pero, familiares o amigos que llegaban a la cocina se ponían a colaborar en lo que podían. Los amigos de mis hijos, compañeros de La Salle, eran nuestros meseros de lujo”, afirma
La primera apuesta familiar fue “El Campo”, ubicado en la calle 16 de Julio, por más de una década, y después se presentó la oportunidad de comprar el “Hotel Cochabamba” en el 2010.
“De ser siete empleados pasamos a una planilla de más de 150 empleados”, analiza Antezana, como dándose cuenta del gran crecimiento que tuvieron en la vida.
“Somos una familia muy trabajadora, disciplinada pero, sobre todo unida, de la cual estoy orgullosa de formar parte”, finalizó María Eugenia Antezana.
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