ORGULLO COCHABAMBINO AL SERVICIO DE LA GENTE
Cuando la profesora Baldomira Rosales y el ingeniero Fortunato Claros recibieron a su primera hija, el 12 de enero de 1932, en la Maternidad Germán Urquidi,
difícilmente habrían podido imaginar que 54 años después, su pequeña niña llegaría a ser directora de este importante centro médico.
Este no es el único pasaje que Aida Claros Rosales encuentra peculiar en su vida, pero por más distintas que han sido sus vivencias y las rutas que transitó, todas regresan y parten del mismo lugar: su amor por su familia.
EN EL UMBRAL DE LA VIDA
“Soy una sobreviviente de las vacunas, de la epidemia de la viruela que existía por entonces”, afirma Claros, una de las tantas bebés que recibió y resistió, tras fiebres e hinchazón, la novedosa vacuna. Tristemente, esta vivencia no pudo extenderse a su hermano menor, Jorge, a quien Baldomira decidió no vacunar, por temor a desatar las mismas molestias que aquejaron a su primogénita.
Inmune a la enfermedad, el niño fue atacado por la viruela y falleció, dejando a su madre atormentada con sentimientos de culpa y dolor.
Consciente así, desde muy temprana edad, de las posibilidades de una atención médica oportuna, Aida creció con una curiosidad natural por el cuerpo humano, que trataba de saciar practicando cirugías en sus muñecos.
Inteligente y despierta, Aida se adaptó sin mayores problemas a la primera gran mudanza de su familia.
“Mi papá también fue a la Guerra del Chaco, entró como soldado raso pero lo reasignaron a la Brigada Caminera porque era ingeniero civil, él construyó el camino que va de Villazón a Tarija”, cuenta Aida sonriendo, rememorando el recóndito campamento en Tupiza al que llamó hogar por casi nueve años.
Cuando llegó el momento de elegir el próximo destino, la familia se decidió por su natal Cochabamba, donde Aida fue inscrita en las escuelas La Paz y 27 de Mayo, donde sobresalía con notas y recitaciones poéticas.
Fortunato veía en todos sus hijos el mismo potencial, así que, a diferencia de otros hogares, en el de Claros todos se perfilaban para desarrollarse profesionalmente. “Aquí todos son iguales, el hombre y la mujer, por lo tanto todas ustedes van a ser profesionales, aprovechen el tiempo mientras yo tenga la camisa en el cuerpo”, decía Fortunato en ese entonces.
Hoy, todas sus hijas pueden sentir que honraron el deseo paterno, todas fueron o son docentes universitarias y ejercieron prolíficas carreras.
MAESTRA, MÉDICA, MATRIARCA
Con la vocación clara, Aida culminó la secundaria en el Colegio Irlandés, decidida a estudiar Medicina en la Universidad Mayor de San Simón (UMSS).
Como estudiante, Claros observó una marcada polarización ideológica, de la que no se sentía parte. Así, su adhesión a la Juventud Universitaria Católica (JUC), una agrupación que, en su visión, surgió como respuesta a la posición hegemónica de la línea comunista en la UMSS, la inició en el trabajo político de proponer y gestionar acciones de cambio, a la par de dedicarse a su titulación.
“Cuando egresé fui con mi currículum vitae bajo el brazo, embajada por embajada a buscar una beca, en La Paz; no encontré ninguna”, recuerda con tristeza, ante la imposibilidad de financiar una especialidad por su cuenta, pero sobre todo, por la muerte de su padre.
Afortunadamente, su récord académico la hizo candidata a un viaje pagado a un seminario internacional en Chicago (EEUU), financiado por la Liga de Mujeres Votantes. Una vez que adquirió la suficiente confianza, Claros consultó a las personeras de esta organización si podía usar su pasaje de vuelta para irse a otro lugar, a España, donde las oportunidades de postgrado en su idioma eran amplias.
Con la autorización de la Liga, Aida partió y recién en Madrid pudo comunicar a su madre dónde había llegado, nada menos que a la Universidad Complutense de Madrid, en cuya facultad de Medicina trabajaba el prestigioso médico y catedrático José Botella Llusiá.
Firme y decidida, la joven doctora se presentó en su oficina y le pidió ser incluida en los cursos de especialización en Obstetricia y Ginecología. Después de unas horas de evaluación académica, Botella le dio la bienvenida al grupo.
Ahora, décadas después, atribuye a las “eternas” horas de trabajo ad honorem que entregó a hospitales en Cochabamba el crédito por la amplia experiencia que le permitió codearse con eminencias europeas.
De regreso en Bolivia, llena de conocimientos y deseos de transmitirlos, Claros se presentó a una convocatoria para docencia en la UMSS, y aunque aprobó el examen, un exprofesor suyo le ganó...con dos puntos. Pero volvió postular y el año 1966 empezó a dar clases en la facultad de Odontología.
La prueba final llegó el 1968, cuando en medio de las molestias de su primer embarazo, tras días de estudio continuo al lado de su marido, Jorge Bayá, Aida dio el examen para la titularidad docente y aprobó por todo lo alto.
Después de eso, Claros siguió subiendo, entre muchos otros méritos: fue designada jefa del Departamento Materno Infantil de la Facultad de Medicina (UMSS), directora del Maternológico Germán Urquidi, Ministra de Previsión y Salud Pública de Bolivia (por invitación de la presidenta Lidia Gueiler Tejada), Concejala Municipal de Cochabamba y, posiblemente, la primera candidata a Rectora de la UMSS.
Aida Claros es reconocida como figura pública de la historia local y nacional, docente emblemática de la UMSS, ginecóloga afable y madrina de cientos de ahijados. Ella solo se piensa como alguien bendecida por Dios, que espera que otros más lo sean.
Unión
“Me he casado el año 1968, con un joven que ha sido el ídolo también, de las juventudes de su tiempo, en el fútbol nacional”, comparte Claros, sobre su difunto esposo, el Sr. Jorge Bayá Barrientos, a quien conoció en la fiesta de graduación de un exauxiliar.
“Yo ya era mayor, tendría 34 años cuando lo conocí. A los 35 me casé con él, y él era también una persona mayor, o sea que, entre dos…como dicen, solterones”, relata Aida entre risas, agregando que realmente no esperaba casarse (estaba centrada en su ascendiente carrera). “Son las cosas que Dios nos pone en el camino, ¿no?”, concluye.
Abuelos
Ya instalada en Cochabamba, la niña Aida era regularmente enviada a pasar las vacaciones escolares en la hacienda de sus abuelos en Tolata. De estas visitas, ella destaca las largas horas de limpieza y rezos con la abuela, muy querida y respetada en el pueblo; y sus primeras prácticas de docencia, con ayuda de su abuelo, maestro rural. “Empecé a enseñarles las vocales, los números, todo era cantadito. Los chiquitos dibujaban las vocales en el suelo”, recuerda con emoción Claros.
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