Monday, February 13, 2017

Moreno, un boliviano en la línea de fuego de la guerra fría

SUBVERSIVO | ESTUVO EN CUBA EN MOMENTOS DE UNA INMINENTE INVASIÓN. LA DICTADURA DE PINOCHET LO DETUVO EN EL ESTADIO NACIONAL Y LO PUSO AL PAREDÓN FRENTE A UN PELOTÓN DE FUSILAMIENTO. EN ARGENTINA, FUE PARTE DEL EJÉRCITO REVOLUCIONARIO DEL PUEBLO.

Cuando Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas bordeaban la Tercera Guerra Mundial, él cavaba trincheras y se aprestaba a combatir. Transcurría el año 1968 y las intentonas estadounidenses para invadir Cuba se anunciaban recurrentemente. La zona era uno de los epicentros de la tensión planetaria. El mundo vivía pendiente de que en cualquier momento una ofensiva estadounidense sobre la isla desate una conflagración sin precedentes.

Él formaba parte de un destacamento de latinoamericanos que habían recibido instrucción guerrillera en la perla del Caribe. Próximos a completar su formación, recibieron la orden de prepararse para un combate real.

“Éramos cerca de 40 compañeros – recuerda- . Dijeron que iba a haber una invasión que entraría por Matanzas (provincia ubicada frente a la Florida). Tomamos posiciones cerca de la playa, unos íbamos armados con fusiles FAL, otros con AK-47, todos vestíamos uniforme verde olivo. Durante cuatro a cinco días hubo mucha tensión, especialmente de noche, cuando aparecían luces en el mar y surgían gritos de máxima alerta”.

Sin duda, de haberse desatado aquella inimaginable tragedia él contaría entre quienes iniciaron las hostilidades, pues precisa: “Éramos uno de los grupos de vanguardia, atrás nuestro había tanques, carros de asalto y tropas del Ejército. El momento de mayor tensión fue cuando escuchamos un tiroteo a unos kilómetros, habían capturado a un grupo que buscaba infiltrarse. Luego todo se calmó”. Se trata de José Antonio Moreno Villegas, un boliviano que recuerda aquella primera experiencia de combate. Paradójicamente, sería para él una de las más apacibles de su singular carrera.

Aquel novel guerrillero bordeaba los 22 años cuando el capitalismo y el comunismo internacionales se dividían al mundo a fuego y palmo a palmo. Pero Moreno ya tenía un vasto recorrido en la vida sindical, política y subversiva que nucleaba a decenas de miles de jóvenes en América. De hecho, casi un año antes se le confió una cara responsabilidad en el traslado de reclutas a La Habana.

“Me quería morir de los nervios -relata Antonio Moreno-. A mí me confiaron la plata para comprar los pasajes del grupo”. Aquella responsabilidad implicaba transitar ocho países de tres continentes y adquirir boletos de trenes, buses y aviones en diversas escalas. También era fideicomisario de ocho pasaportes y documentos de identidad diversos. Los organizadores de estos viajes encubiertos no confiaban en todos los reclutas y se aseguraban que no haya deserciones confiando todo a un militante.

Llegar a esos momentos límite a esa edad había sido en buena medida obra del destino. Moreno Villegas nació en la zona norte de la ciudad de La Paz. No conoció a sus padres. A sus 13 años un tío le consiguió trabajo en el ferrocarril Arica - La Paz. Allí un aguerrido dirigente sindical virtualmente lo apadrinó y le empezó a hablar sobre los ideales socialistas.

La efervescencia revolucionaria de esos tiempos impulsó a aquel niño a incorporarse a las filas del Partido Obrero Revolucionario (POR) – Combate, de corte trotskista (*). Por ello, su formación ideológica maduró intensamente durante su adolescencia. Su primera etapa de preparación bélica estricta la realizó en el servicio militar obligatorio, en una batería de morteros del regimiento Castrillo. Y luego, claro, aceptó sin mayores titubeos la invitación a completarla en Cuba.

Eran tiempos donde la sociedad se hallaba intensamente ideologizada y las ideas de izquierda ganaban abrumadoramente en universidades y colegios. Jóvenes de toda condición se mostraban decididos a enfrentar férreas dictaduras o iniciar guerrillas en las montañas. Y Moreno se convertiría en uno de los protagonistas destacados sobre todo en esos momentos cuando las crisis precisan de estrategas y operadores. Diversos documentos, fotografías, personalidades y activistas ligados a los peligrosos años 60 y 70 corroboran o refuerzan sus relatos.

La experiencia cubana fue el inicio de tres lustros que le exigieron dosis extraordinarias de adrenalina a su organismo y suerte a la vida. Desde entonces, vivió a salto de mata.



LA FUGA DE SAN PEDRO

Había ido a Cuba para formarse como cuadro de una nueva guerrilla que, tras la muerte de Ernesto Che Guevara, sería liderada por Inti Peredo. Entrenó junto a decenas de jóvenes que tenían planes similares en diversos países. Pero, a sus respectivos retornos les esperaban condiciones altamente adversas. La intentona del Che en 1967 había avispado a la CIA (Agencia Central de Inteligencia de los EEUU) y a la dictadura boliviana.

Operativos de inteligencia por todo el orbe se orquestaron. Moreno y decenas de sus compañeros cayeron, unos presos y otros muertos, a poco de pisar el territorio de sus países. “Me capturaron en Cochabamba –relata-. Y, para mi sorpresa, tenían hasta fotografías de nuestro grupo en Cuba. La CIA había logrado ganarse en París a un oficial de la inteligencia cubana, ‘el comandante López’, que coordinaba llegadas y partidas de guerrilleros”.

Por ello, a principios de mayo de 1969, Moreno fue recluido en la paceña cárcel de San Pedro. Gobernaba el país Luis Adolfo Siles Salinas, el sucesor del general Barrientos que sería derrocado en septiembre por el general Alfredo Ovando Candia. Bolivia se agitaba entre fuerzas sindicales y políticas que reclamaban un gobierno socialista enfrentadas a poderosos grupos fascistas que exigían orden y represión.

Marchas, atentados, concentraciones, complots se habían hecho cotidianos. En septiembre de 1970 a Moreno le llegó el instructivo de organizar una fuga junto a los camaradas recluidos en San Pedro. Meses antes habían recibido, pieza por pieza, revólveres escondidos en pedazos de madera que usaban para trabajar artesanías. El escape se produjo el 5 de octubre. Coincidió con un rocambolesco (**) golpe de Estado que derrocaría a Ovando e inauguraría el gobierno izquierdista del general Juan José Torres.

“La fuga resultó muy organizada –recuerda un activista de aquellos tiempos- . Empezó con un dinamitazo en la puerta del penal, y luego capturaron al gobernador y a los guardias. Después, con amenazantes disparos de los fusiles de los guardias, frenaron la fuga de los presos comunes. Finalmente, Moreno y los fugitivos ingresaron en taxis que los esperaban frente al panóptico. Minutos más tarde llegaron a la Universidad Mayor de San Andrés, donde fueron recibidos como héroes”.

Pero el régimen de Torres resultó aún más agitado y breve que el de Ovando. Diversas corrientes de izquierda exigían la radicalización de un proceso que llegó hasta instalar una Asamblea Popular, la primera de Sudamérica. Unos temían, otros esperaban y algunos hasta buscaban una confrontación definitiva con la derecha que, amparada por el Pentágono estadounidense, organizaba aceleradamente su respuesta.



Moreno, con gorra beige, en la tercera fila de una marcha contra la dictadura. También aparecen Juan Lechín, Lupe Cajías y Walter Delgadillo, entre otros.
Cortesía del entrevistado

UNA GUERRA EN LA PAZ

El enfrentamiento llegó irremediablemente y duró del 19 al 21 de agosto de 1971. Un golpe de Estado envolvente se inició en Santa Cruz. El coronel Hugo Banzer Suárez, aliado a partidos de derecha y ultraderecha, lideró la asonada. La batalla final se libró en La Paz. Juan Lechín, Guillermo Lora y otros dirigentes políticos y sindicales repartían armas y municiones cerca del estadio Siles. Miles de civiles se concentraban en bajo Miraflores, en medio de las pendientes y serranías que rodean al Estado Mayor de las FFAA.

Aquel estamento militar se había pronunciado a favor de Banzer y era el objetivo estratégico de quienes defendían a Torres: el regimiento escolta Colorados, obreros, universitarios, células de diversos partidos de izquierda y cuadros sobrevivientes de las guerrillas guevaristas. Entre ellos se movilizaba el POR –Combate, Moreno articulaba tácticas y proponía objetivos.

Testigos de aquella confrontación (***) recuerdan la presencia de José Antonio junto a un grupo de militantes maoístas en la toma del cerro Laikakota. Cuando aquella confrontación final se precipitó, allí fue derrotado el regimiento Castrillo. El siguiente paso constituía el asalto al corazón del poder militar boliviano. Los leales a Torres aguardaban un ataque de morteros del Colorados, que nunca se produjo.

Moreno cuenta que intentó liderar la avanzada con un tractor que recuperó de la Intendencia Municipal y en el que cargó dinamitas. Pero la metralla castrense, vertida por armamento flamante, frustró reiteradamente sus embestidas. Horas más tarde, bombardeos de cazas de la Fuerza Aérea, primero, y descargas de regimientos blindados, luego, apagaron toda resistencia. Las últimas escaramuzas que libraron los miembros del POR – Combate se produjeron cerca del edificio de la Universidad Mayor de San Andrés. Allí resistía un grupo de estudiantes y sobre ellos los militares lanzaban intimidantes bazucazos.

Aquella noche Antonio Moreno, el capitán de Policía Carlos Fernández y el dirigente sindical Willy Saavedra optaron por buscar refugio en alguna legación diplomática. Poco después de la madrugada, reduciendo a una adormilada guardia de conscriptos, ingresaron por la fuerza a la embajada ecuatoriana. Minutos más tarde la casa estaba rodeada por tropas militares y policiales prestas a ingresar. Bajo sucesivos desafíos entre autoridades y refugiados armados, y la crispación de los diplomáticos el cerco duró casi tres meses.

“Pasamos ese tiempo a plan de bizcochos, galletas y agua. Pero un día llegaron tres jeeps de Naciones Unidas, encabezaba la delegación un amigo de Carlos. Confiamos, nos llevaron hasta la pista del aeropuerto y luego volamos hasta Ecuador. Pero no nos sentimos seguros y pronto iniciamos una odisea y viajamos por tierra por Perú y hasta Chile. Pasamos la frontera caminando por la playa, simulando ser pescadores, tal cual nos habían recomendado nuestros contactos”.

En Bolivia el régimen de Banzer sostenía una sañuda represión contra todo lo que implicara “la amenaza comunista”. El saldo fueron 80 asesinados, 75 desaparecidos y 3.500 presos y torturados. Moreno se refugió entonces en Chile, donde el gobierno socialista de Salvador Allende vivía su propia pulseada contra la derecha y el poder transnacional. Nuevamente la confrontación se asomaba inevitable.



FUSILADO EN EL ESTADIO

En los siguientes 24 meses la polarización política chilena bordeó el colapso, cientos de exiliados bolivianos eran parte activa en fuerzas izquierdistas. El 11 de septiembre de 1973 Allende moría en el Palacio de la Moneda resistiendo la asonada militar. Paralelamente llegaba al poder uno de los íconos del autoritarismo, la corrupción solapada y, sobre todo, la represión inmisericorde: Augusto Pinochet Ugarte.

Una de las primeras y más recordadas medidas de Pinochet fue convertir el Estadio Nacional en reclusorio y patíbulo para miles de prisioneros políticos. Moreno fue uno de ellos. Entonces sintió la muerte más cerca que nunca.

“Caí preso junto a otros dos compañeros bolivianos, René Higueras y Edgar Cadima –recuerda-. Al llegar al estadio nos dijeron que nos iban a fusilar. Nos hicieron parar frente a un pelotón militar y nos vendaron los ojos. Segundos después abrieron fuego, pero dispararon por encima, hacia la pared que estaba a nuestras espaldas”.

La ruleta de la muerte en el estadio chileno seguiría jugando con ellos durante varios días. En un momento Moreno y Cadima intercambiaron dramáticos pedidos. “Si muero, por favor, cuidas de mis hijos”, solicitó el primero. “Y si yo muero, les dices a mis padres que los quiero”, respondió Cadima.

Durante días y días, una ametralladora pesada apuntaba a la formación de miles de presos. Detrás del arma se ubicaban escuadrillas militares y civiles encapuchados que observaban cuidadosamente a los detenidos. “Los encapuchados separaban a tres o cuatro, e inmediatamente los mataban con disparos –recuerda Moreno-. Por las noches bajaba un helicóptero a la cancha y recogía los cadáveres”.

“Tienen suerte -les dijo un día un custodio militar-. Ha llegado una comisión de Naciones Unidas, se los van a llevar”. Poco después fueron trasladados al refugio del convento Padre Hurtado. Y semanas más tarde los trasladaron a París para luego distribuirlos en diversas capitales europeas como asilados.



UN COCHABAMBINO EN LA GUERRILLA ARGENTINA

Pero la intención de los militantes del POR - Combate era retornar a Bolivia y reforzar la resistencia frente a la dictadura de Banzer. En esas intentonas, Moreno pasó algunos meses por Argentina y fue parte del Ejército Guerrillero del Pueblo (ERP). Cuenta que conoció en persona al mítico líder guerrillero Mario Roberto Santucho y recuerda la proverbial mística de aquella organización.

Destaca la sincronización y cuidados que caracterizaban a sus medidas de seguridad. Vierte expresiones de asombro por la sangre fría de personajes como Enrrique Gorriarán Merlo (****) y las comandantes mujeres que encabezaban los operativos del ERP.

“Algo que me sorprendió fue que uno de los jefes del Estado Mayor del ERP era un cochabambino –cita-. Y sé que está vivo y es uno de los pocos sobrevivientes del ERP”. Resume así el exterminio de aquella organización a manos de la dictadura que golpeó en marzo y mató a Santucho en julio de 1976. Meses antes Moreno había partido rumbo a Bolivia.

La dictadura de Banzer comenzó a tambalear a fines de 1977, a principios de 1978 el tirano se vio forzado a llamar a elecciones. A Bolivia le esperaban todavía dos sangrientos golpes de Estado, una “narcodictadura” y dos traumáticas reaperturas democráticas en los siguientes dos años.

Moreno y el POR – Combate contaron entre los grupos de resistencia a los últimos aleteos del fascismo. Pero sus postulados revolucionarios y estructura no lograron sostenerse frente a la ola neoliberal que a mediados de los 80 diezmó a la izquierda boliviana. El colapso mundial del socialismo afectó también al POR Combate que se disolvió en 1986.

Entre los 90 y el nuevo siglo, Moreno mantuvo su activismo en sindicatos, juntas vecinales y organizaciones de víctimas de las dictaduras. Hoy, junto a viejos compañeros de los años peligrosos, reconstruyen y evalúan sus vidas, varios de ellos prefieren todavía el anonimato. Reescriben historias inéditas que involucran a personajes históricos, análisis teóricos, travesías, inmolaciones, torturas, victorias y también anécdotas que desatan carcajadas.

“Hubo costos muy grandes, que especialmente los sufren las parejas y los hijos. Pero cómo no valorar también esos ideales, ese estudio de la realidad social. Leíamos no sólo libros de teoría revolucionaria, sino a Tolstoi, a García Marquez, a Kafka, a Hesse. Éramos jóvenes que honrando sus principios no bebían, no fumaban; y estaban verdaderamente dispuestos a jugarse la vida por una sociedad más justa”.

Eran tiempos en que la Guerra Fría se desataba prácticamente dentro de cada país en todo el planeta. Así como Moreno, no pocos bolivianos conocieron más de un frente.

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(*) Partido liderado por Hugo Gonzales Moscoso que se escindió del POR fundado por Guillermo Lora.

(**) La disputa entre facciones militares de izquierda y derecha derivó en que haya seis presidentes en escasas 48 horas, Torres, finalmente, logró cohesionar a fuerzas castrenses y organizaciones sociales.

(***) Diversos textos y documentos respaldan y hasta citan específicamente a José Antonio Moreno, entre ellos, “De Torres a Banzer” (Samuel Gallardo L.), Ruptura del Proceso Revolucionario (Isaac Sandoval R.) y Teoponte (Gustavo Rodríguez O.).

(****) Gorriarán Merlo participó en famosos operativos y confrontaciones contra fuerzas militares. Su actuación más destacada fue el atentado que le costó la vida al ex dictador nicaragüense, Anastasio Somoza, en Asunción del Paraguay.

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