Friday, December 30, 2016

Un joven boliviano y director de fotografía a la conquista de EEUU

Tiene 28 años y ha trabajado con artistas estadounidenses como el rapero Kendrick Lamar, la banda Korn y el actor y comediante Kevin Hart entre otros. Todavía estaba en el colegio cuando descubrió que quería dedicarse al cine. Estudió en Estados Unidos y hoy, entre tantos profesionales en ese país, se abre paso para hacer de sus aspiraciones profesionales una realidad.

Nacido en La Paz, Eduardo Capriles Quiroga siempre disfrutó ver películas y tomar fotografías, aun en colegio tenía claro que no quería optar por una carrera que implicara ocho horas diarias dentro de una oficina ni nada que se le pareciera, quería hacer algo diferente y divertido.

"En esa época era bastante flojo y, bueno, decidí estudiar cine para después darme cuenta de que no es para nada fácil y que hay que trabajar muy duro para hacer una vida de esto; pero hoy estoy muy feliz de haber tomado esta decisión”, comenta a través de una contacto telefónico con Página Siete.

Desde que se fue a Estados Unidos ha participado en alrededor de un centenar de videos musicales además de publicidades, en algunos se ha desempeñado como asistente de cámara y en otros como director de fotografía. Aunque es freelance admite que se siente agradecido pues se mantiene ocupado elaborando varios contenidos.

Vive en Los Ángeles, y acaba de concluir un trabajo en una propaganda de la cadena CNN y este año llegó a Bolivia para hacer su primer largometraje como director de fotografía en la película Engaño a Primera Vista.

"Creo que es uno de los trabajos que más me ha gustado y más desafiante ha sido. Fue difícil, pero muy divertido al mismo tiempo”, comenta.

Entre los directores que más admira están los hermanos Coen, por supuesto el legendario Stanley Kubrick, cuyas películas veía constantemente cuando decidió estudiar Cine. Sigue además a directores de fotografía como Emmanuel Lubezki, Roger Dickins y Rodrigo Prieto.

Una elección de vida

Mientras estudiaba en el colegio Calvert, una comisión de la Universidad de Savanah de Arte y Diseño (Savannah College of Art & Design) visitó su colegio para difundir su oferta académica, Capriles decidió ingresar a la carrera de Cine en esa universidad. Antes de irse hizo prácticas en Cinenómada, en donde recuerda que aprendió mucho y conoció gente que posteriormente le ayudó a establecer contactos en Estados Unidos.

En la universidad asumió finalmente que la profesión que había escogido no tenía las ocho horas dentro de una oficina sino jornadas laborales de 12 a 14 horas, que se viaja mucho y, además, que al ser freelance siempre existe la incertidumbre de cuándo llegará el próximo trabajo.

Su objetivo inicialmente era regresar a Bolivia después de graduarse en 2015; sin embargo, se dio cuenta de que para ganar experiencia y crecer profesionalmente debía quedarse en el país del norte.

"Entrar a este mercado es bastante difícil, puedes ser el mejor cineasta del mundo pero si no conoces a nadie ni tienes contactos es muy duro empezar a trabajar. Yo tuve la suerte durante mi pasantía en Cinenómada, antes de ir a la universidad, de conocer a Paul de Lumen y Raúl Hernández, dos directores de foto que trabajan aquí en Los Ángeles y me ayudaron a conseguir trabajo”, detalla.
En la lucha

Sus trabajos más frecuentes son videos musicales y comerciales. Uno de los trabajos que más ha disfrutado se dio a alrededor de los tres meses de haber llegado a Los Ángeles. Trabajó con el rapero Kendrick Lamar, uno de sus artistas favoritos, al ser asistente de cámara en la grabación de video que se transmitió mientras él recibía un reconocimiento durante una premiación.

Dice que la gente con la que trabaja no sabe mucho de Bolivia, pero que en realidad en el ámbito profesional en el que se desenvuelve eso no tiene importancia, lo que tiene valor en realidad es demostrar los conocimientos que se tienen y que se puede trabajar duro.

Para Capriles, si una persona decide seguir un camino profesional relacionado al cine o la dirección de fotografía tiene que saber que luchará por ingresar a un mercado muy competitivo, que se debe estudiar mucho, pero también que cuando realmente se aprende de los aciertos y errores es cuando se empieza a practicar y trabajar.

La mayor parte de sus amigos están relacionados en la industria audiovisual y procura viajar con ellos cuando no está trabajando. Entre sus amistades también están otros bolivianos como Rebecca Basaure y el cantante boliviano Ignacio Val.

Ha asumido también que los momentos de soledad que le toca vivir sin su familia han sido y son valiosos para conocerse a sí mismo.

Lo que más extraña de Bolivia es su familia, sus amistades y esa sensación de pertenencia que sólo se encuentra en el lugar que una persona ha crecido.

En un futuro próximo quiere regresar al país, trabajar y aportar con su trabajo al cine boliviano.

"Me gustaría tener una productora, pero para eso creo que tengo mucho que aprender; pero, en definitiva, la idea es regresar y aplicar todo lo que he aprendido”, finaliza Capriles.


El docente boliviano que triunfa en el TEC de Monterrey

Rafael Vargas Chacón terminó su maestría en Sistemas Electrónicos en el Tecnológico de Monterrey (México) hace apenas unos días, pero el éxito en su carrera no lo consiguió precisamente por ser estudiante. El joven boliviano de 28 años es docente en el país azteca y además desarrolla proyectos innovadores para empresas mexicanas y bolivianas.

Después de un año de constantes entrevistas y el envío de documentación y correos electrónicos, finalmente Rafael consiguió ser becario en docencia en 2014 en la misma universidad donde cursó la maestría.

Su experiencia ha sido excelente. "He dado diferentes clases de laboratorio de materias como control automático, instrumentación, redes industriales y automatización de procesos a estudiantes de ingeniería mecatrónica, ingeniería en sistemas digitales, ingeniería mecánica, ingeniería en tecnologías electrónicas, incluso ingeniería química y biomédica”, cuenta.

El nivel de la enseñanza en el TEC de Monterrey es muy alto y esto también ha sido una oportunidad para Rafael porque aprendió tanto de la docencia como de la propia maestría.

En 2014, junto con Vargas llegó a México otro boliviano para cursar la misma maestría pero en otra modalidad. Los dos compatriotas resaltaron entre las decenas de compañeros extranjeros.

"Es fácil percibir que los bolivianos cobran notoriedad por su capacidad y dedicación, aunque seamos una minoría entre muchos peruanos, ecuatorianos y colombianos”.

Parecería que esa "desventaja” motivó más a Rafael para poder destacarse entre decenas de becarios. Su constancia y talento en el mundo electrónico le permitió ser premiado en diferentes hackathons.

Uno de los primeros concursos que ganó fue en febrero de este año con un sistema de entrenamiento para trampolín de olimpiadas, lo desarrolló junto con un compatriota y un mexicano, el proyecto fue auspiciado por Intel y Microsoft. "Le pusimos sensores a un trampolín que imprimimos a escala en 3D y en una aplicación para iPhone se desplegaban datos estadísticos como la cantidad de saltos que daba el atleta, cuánto se desplazaba del centro de la cama elástica y el tiempo de vuelo, datos que son de interés en esa disciplina”, cuenta.

En mayo de este año participó en otro hackathon en el que el objetivo fue realizar una máquina de movimiento perpetuo completamente impreso en 3D. "Diseñamos un sistema de bombeo de agua autoalimentado”. Con este proyecto también obtuvo el primer lugar.

Un hackathon es un concurso tecnológico en el que en 24 horas ininterrumpidas se tiene que desarrollar un proyecto de software o hardware, o ambos. Algunos desarrollan apps, páginas web, juegos o algún gadget o wearable. "Por el tiempo sólo se logra hacer un prototipo funcional y se debe realizar un pitch al final para presentar el resultado ante un jurado, que es cuando agradeces que tu mamá te haya metido a esos cursos de oratoria o que en el colegio hayas expuesto tantas veces frente a toda la clase”, comenta.

Abriendo puertas

El participar y obtener los primeros lugares en hackathons le abrió las puertas para hacerse conocer y obtener proyectos con empresas reconocidas en México y también en Bolivia.

Lo que Rafael remarca es que si bien en la UMSA -en la que estudió pregrado- y también en otras bolivianas, se sientan bases sólidas en las diferentes carreras, lo que hace falta es esa articulación entre instituciones de educación superior con empresas que faciliten que el estudiante pueda optar por un trabajo y desarrollar proyectos de gran impacto.

La participación en un hackathon, en el que Rafael hizo un juego de realidad virtual que tenía como objetivo funcionar como ejercicios de rehabilitación para niños con discapacidad motriz, hizo que pudiera participar en otro de más alto nivel en Cancún, organizado por el Gobierno mexicano de donde él y su equipo regresaron con varios premios.

"Todo esto hizo que más gente nos contactara y ahora estamos con unos proyectos para una empresa de marketing y otra de drones que quieren aplicar la tecnología que pudimos desarrollar”, explica. Él mantiene contacto con una firma en La Paz que también trabaja con realidad virtual y tiene proyectos en común.

Rafael agradece al TEC de Monterrey por todas las condiciones que le brinda para que se siga aprendiendo e innovando porque esta casa de estudios fomenta el emprendimiento y genera resultados positivos.

La idea de volver a Bolivia le da vueltas la cabeza, piensa en aplicar todo lo que aprendió. Si regresa quisiera dar cátedra. "Creo firmemente que compartir el conocimiento genera más conocimiento y necesitamos que las empresas públicas y privadas apoyen al desarrollo e investigación”, asegura.

Una de sus metas es que en Bolivia se realicen más hackathons para estudiantes, tiene la certeza que en el país se puede generar tecnología propia y se puede apostar a exportar innovaciones bolivianas.

El profesional está en su tierra ahora y prefiere no pensar en si quedarse o volver a México a seguir creciendo. Rafael quiere seguir descubriendo el mundo de la electrónica, pero aclara que aunque se extraña mucho Bolivia, no hay que dejar escapar ninguna oportunidad.



Mirtha Cadima Una bióloga enamorada de la vida

“He sido bendecida, porque nací en el hogar de dos personas magníficas”, afirma Mirtha Cadima Fuentes, sobre su llegada a las vidas de Maritza y Abraham, sus padres. Un 24 de abril de 1955. En un ambiente alegre, Mirtha creció apegada a sus progenitores y tres hermanos –Consuelo, Álvaro y Ximena–, enamorada de la música folclórica nacional y de la naturaleza a su alrededor.

La escuela Cobija fue su “primer según- do hogar”, y después el liceo Adela Zamudio, cuyo plantel docente –sobre todo de la generación 1970-1972– dejó una marca indeleble en el carácter de Cadima. “Mis maestras fueron todas mujeres dignas, luchadoras, sencillas, muy seguras de sí mismas; de manera que toda mi promoción, todas somos profesionales”, cuenta.

NO SE GANA SI NO SE ARRIESGA

Con la secundaria concluida exitosamente, Cadima sabía que el siguiente reto sería la universidad. Lo que tenía claro era el campo en el que se formaría. “Yo quería Agronomía”, cuenta sobre esa primera opción, que no resultó del agrado total de su padre.

“Mi papá decía: No [Agronomía] es dura para las mujeres”, relata Cadima, pronta para añadir que fue justamente su padre quien le mostró el mejor camino. “Recuerdo claramente el día en que abrió un periódico y me dijo: “Esto es para ti, tú me has dicho que no quieres Medicina porque quieres ser libre. Esta carrera es para ti”, rememora con nostalgia.

La profesión en cuestión era en realidad un programa llamado Biología, que apenas daba sus primeros pasos en la Universidad Mayor de San Simón. “¿Te arriesgas?”, le preguntó su progenitor, y no podía elegir mejor verbo, ya que no existía certeza de que en un futuro ese programa se convertiría, de hecho, en una carrera oficial.

Ante la incertidumbre, Mirtha miró hacia sus orígenes, hacia los recuerdos de su padre Abraham, entregado a su jardín, enseñándole a ella y a sus hermanos la belleza de cada flor y cada hoja, agradeciendo a Dios por las maravillas de la naturaleza.

“¡Cómo no ser romántica, cómo no amar la Biología!”, exclama con emoción. Confiada en su decisión, Mirtha se inscribió y comenzó la experiencia universitaria, pero de una manera muy peculiar en comparación al resto.

“Sabía que tenía dos compañeros más, un varón y una mujer, pero no sabía quiénes eran”, relata Cadima, sonriendo ante lo gracioso de esa situación. En ese entonces Biología aún no contaba con docentes exclusivos o aulas propias, de modo que sus tres estudiantes –sí, tres– debían pasar clases en otras facultades.

Rodeada de futuros médicos y agrónomos, Cadima buscó a sus compañeros, hasta que pudo identificarlos.

“Fue maravilloso el día que nos encontramos”, recuerda, sobre la reunión con Hortencia Rojas y Erasmo Ovando, los otros dos biólogos en formación. “Y éramos los tres, los tres mosqueteros”, relata, con su picardía juvenil.

Aplicada y responsable (herencia de su época de colegiala), cada día Mirtha reafirmaba su vocación de bióloga, a pesar de los desafíos de la currícula. “Tratamos de adecuarnos, como biólogos nos hemos ido forjando haciendo prácticas”, explica Cadima, agregando que fue la pasión de docentes como Ana María Kruger, Mario Rodríguez y Ricardo Salaues, que los motivó a seguir adelante.



PASANDO LA BATUTA

“Me gusta enterarme, y me gusta compartir lo que sé, creo que eso ha sido desde niña. En colegio siempre exponía, y luego, en la universidad, se reforzó mi pasión por la enseñanza”, así explica Cadima su amor por la docencia, que floreció durante el crítico año 1980.

“Nació mi hijito y... mi esposo en ese entonces, con el golpe de García Mesa, fue retirado”, cuenta, respecto al cierre de las universidades a raíz de la dictadura. El joven matrimonio, con una criatura de meses, estaba urgido de al menos una fuente de empleo (Mirtha había dejado su trabajo en una curtiembre por el riesgo tóxico, extensible a su bebé a través de la lactancia). Delgada y demacrada, caminaba por la calle cuando la suerte le tocó el hombro.

“Me encontré con un compañero de Agronomía y me dijo ‘Mirtha, hermana, ¿por qué estás así?’”. Enterado de la situación, le ofreció una oportunidad, dar clases en la Escuela Forestal. “Fue una bendición, ahí sí sentí una gratitud profunda por los verdaderos compañeros”, rememora.

Una vez reestablecida la normalidad en la UMSS, Cadima fue invitada a ser catedrática en su facultad, dando inicio a su carrera como docente

–la titularización se dio poco después–, labor que le ha dado grandes orgullos y satisfacciones, pero que también le exigió esfuerzos y sacrificios, sobre todo de tiempo con su familia; análisis que hizo tras recibir una grave noticia.

El año 2003, mientras desarrollaba su tercera gestión de directora de la carrera de Biología, Mirtha fue diagnosticada con cáncer de mama. Tras pasar por una mastectomía radical, radio y quimioterapia, salió victoriosa, gracias a una inquebrantable confianza en Dios, a quien prometió que, de superar la prueba, cambiaría la organización de su vida”.

“Y eso es lo que he hecho, estoy viva, me he jubilado faltándome edad, y me he ocupado de estar con mis hijos, de hacer lo que no había hecho cuando eran niños”, reflexiona Cadima, tan feliz de esta decisión como de todas las que ha hecho a lo largo de su vida... ¡Cómo no! La vida es lo que la ha apasionado siempre.