Sunday, February 14, 2016

Dr. Juan Carlos Trigo Loubiere 8 mil cirugías, una vida plena

El mes pasado, un proyecto anhelado durante siete años se materializó con la inauguración de la Clínica Los Ángeles, un centro de salud de tercer nivel y tecnología de punta, ideado por un selecto grupo de profesionales médicos, entre ellos el Dr. Juan Carlos Trigo Loubiere, uno de los neurocirujanos más reconocidos de Cochabamba y Bolivia, que en 48 años de ejercicio profesional realizó más ocho mil cirugías.

VOCACIÓN FAMILIAR

El año 1937, una joven pareja llegaba a la ciudad de Cochabamba para comenzar una nueva etapa en sus vidas: el Dr. Adrian Trigo (un neurólogo perteneciente a una prominente familia anzaldeña) retornaba acompañado de su flamante esposa, una hermosa joven francesa llamada Susana Loubiere, a quien conoció mientras culminaba sus estudios de Medicina en la Universidad de Montpellier (Francia), una de las más antiguas del mundo en esta disciplina y de las más avanzadas en la época.

Al año siguiente, el 1 de abril de 1938, la pareja recibió a su primer hijo, Juan Carlos Trigo Loubiere, un saludable niño que representaba la culminación de la historia de amor que se consagró en la localidad francesa de Lourdes.

Aunque feliz con su apacible vida en la Llajta, Susana extrañaba a sus padres, por lo que la familia decidió, el año 1947, mudarse temporalmente a una Francia destruida tras la Segunda Guerra Mundial. Con la excepción de esos dos años en Europa, el primogénito de Adrian Trigo estudió todo el ciclo escolar en el colegio La Salle de Cochabamba, y desde esa temprana época se interesó por la ciencia y las reflexiones sobre la evolución de la vida. “Desde tercer año de colegio ya comen- cé a orientarme a la neurociencia”, recuerda Juan Carlos, claramente influenciado por la carrera de su padre, quien además de ejercer con eminencia su profesión, fundó la cátedra de Neurología en la Universidad Mayor de San Simón (UMSS) y fue Cónsul de Francia en Bolivia.

Después de terminar el bachillerato, Juan Carlos Trigo eligió Brasil para estudiar medicina. También en ese país se especializó en Neurología durante un año, y luego se fue a Francia para hacer la especialidad de Neurocirugía, que culminó el año 1967.

“Allá obtuve el título de neurocirujano y me dieron dos años para volver a trabajar”, cuenta Trigo, sobre la oferta que recibió para convertirse en profesor agregado en la Universidad de París, lo cual logró sin problemas. Semejante oportunidad de desarrollo profesional y académico tentó a Trigo con una estadía definitiva en Francia, pero las palabras de su padre le hicieron repensar la idea: “¿Sabes? Gente con nivel, en Europa, hay muchos, pero tu pueblo te necesita”. Ese argumento pudo más.

Así, Trigo regresó y comenzó su práctica en Cochabamba, en la Caja Nacional de Salud y en el Hospital Viedma.

En comparación a su práctica en París (donde incluso realizó cirugías de Parkinson, muy avanzadas para la época), notó vacíos en su tierra natal.

“Comencé a ver que existían muchas deficiencias tecnológicas (...) en ese entonces, la imagenología recién comenzaba en el mundo y la práctica clínica era la más común”, explica el médico, formado fuertemente en esa línea, por lo que pudo entender mejor el funcionamiento cerebral y arribar a diagnósticos más integrales, que necesitaban corroborase con los análisis que la imagenología posibilitaba en centros de salud del resto del mundo.

Consciente de esto, Trigo logró -tras muchas gestiones- traer a Cochabamba: el primer ecógrafo (aparato inicialmente diseñado para monitorear el cerebro); el primer aparato de electroencefalogramas; asociándose con otros profesionales, el primer tomógrafo (de Holy Cross); y, con el entonces llamado Centro de Médicos Asociados, el primer equipo para sacar resonancias magnéticas.

“Pudimos hacer muchas cosas, cumpliendo lo que mi padre me pidió”, indica, dejando ver la constante presencia de Adrián Trigo en la trayectoria de su hijo, acompañada de la fuerte figura materna de Susana, de quien recuerda su educación en respeto y normas, y su amor por la cultura y la lectura.

DEPORTE Y VIDA DE CAMPO

Otro aspecto que ha formado parte fundamental de la vida de Juan Carlos Trigo es el deporte, inculcado por su padre, tenista apasionado.

“Había un tranvía que partía de la plaza principal, venía desde el cementerio, por la Calle España, por El Prado y nos dejaba en en las canchas de tenis”, cuenta, sobre el primer deporte que practicó con gusto, pero aclarando que la disciplina que lo cautivó para siempre fue la natación.

“Encontré un grupo de amigos con los que formamos el Club Kalu, gracias a dos personas a las que les debo mucho, los esposos Velasco, Don Quino y la Sra. Clara”, una pareja que, identificando potencial en este grupo de muchachos, los guió de manera que con disciplina y tiempo, llegaron a obtener récords nacionales, siete de ellos con Juan Carlos, quien fue campeón nacional de 1955 a 1960. Años después, de 1975 a 1980 sostuvo el título departamental en pelota frontón.

Mientras la ciudad representaba un espacio de logros y trabajo, Anzaldo era para el niño y joven Juan Carlos, el destino para las vacaciones y el contacto con realidades ajenas a él en la burbuja urbana. “Se llegaba en camión o, a veces, se iba en el tren al valle; y en Pillapa nos esperaban con los caballos, esto a mí me enseñó algo muy importante en la vida”, cuenta sobre haber sido testigo in situ del pongueaje. En la hacienda de su familia trabajaban alrededor de 100 personas, “semaneros” (recuerda que los llamaban así porque los atendían durante una semana). “Era una injusticia terrible, y mi padre… él era del MNR, tampoco aceptaba esa situación”, recuerda Trigo, cuya mentalidad infantil no entendía que detrás de los divertidos paseos con los campesinos –los privilegiados dueños a caballo y los demás al trote– con paradas para almozar deliciosas lawas cocinadas en ollas de barro, escuchando amenas historias, existía una innegable vulneración de derechos.

“Vi que no tenían acceso a nada, no tenían derecho al estudio, solo a una parcela de terreno que debían cultivar para poder comer…es decir, era gente sin futuro”, lamenta Trigo, en relación a esos años, reconociendo que ahora la situación mejoró y podría mejorar aún más, mientras acomoda su bata, listo para atender a su siguiente paciente.


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