Monday, July 25, 2016

Anecdotario de un pionero, el “Ckopas”



Pocos conocen su nombre, pero esto no es raro en la Sucre de los apodos. Él heredó el suyo de su padre, Alfredo Ortiz Arandia, el “Ckopa Bigote”, ducho de la guitarra y la mandolina. Un poco siguiendo la tradición familiar y otro poco aceptando la sabiduría de la agudeza popular, Carlos Ortiz Leytón (63), el “Ckopas”, el que le debe una buena parte de su vida también a la guitarra, lleva el imprescindible bigote desde los años 80.

Los jóvenes de hoy que alguna noche han compartido con amigos en su “Rock & Voz”, ubicado en la calle Colón, no saben tampoco que el Ckopas tiene una curiosa trayectoria en diferentes negocios, casi todos inaugurales en la capital. Que fue él, por ejemplo, quien abrió por primera vez las puertas de un karaoke, de un radiomóvil o de una casa de campo para el público en general, en Sucre. O que fue el primer cambista de dólares.

Pero la suya es una vida repleta de anécdotas y emociones, que él nos la cuenta aquí.

Una niñez difícil
“Yo he tenido una niñez que no ha sido la más acomodada, con una mamá, doña Gertrudis Leytón, muy trabajadora”, comienza su relato para ECOS, sentado en la barra de su karaoke. Anoche estuvo aquí mismo, atendiendo a sus clientes, como lo hace todos los días.

Rememora que su madre, siendo trabajadora del hogar, llegó a conocer a la familia Gutiérrez Del Val, que tenían su casa en la calle Calvo. “Por ellos se fue a Bruselas, donde nació mi hermana mayor, y entonces las dos se vinieron para acá”. Entonces sale la primera anécdota, una realmente sorprendente:

“Mi mamita ha sido la que ha traído el ck’ocko de pollo, de Francia; allá se llamaba ‘lecoq’ (el gallo) y ella le puso el nombre de ck’ocko”. Calcula que esto ocurrió a mediados de la década del 40 y que en esa época lo vendía los sábados en su tienda, aunque lo preparaba desde el jueves.

Él era el menor de cuatro hermanos y junto con los otros tres, Giorgina, Guido y Julio, ayudaban a la innovadora mamá. “Yo era el encargado de ayudarle a pelar las gallinas”, se ríe. Esto ocurría en la calle Avaroa, en la casa donde era la Sociedad de Socorros Mutuos. Detrás vivía don Mauro Núñez, asiduo cliente junto con sus zapateadoras y conjunto. Una casualidad que le cambiaría la vida al pequeño Ckopas…

El músico
Por su notable vecindario él aprendió a tocar la guitarra; dice que le enseñó Gerardo Pareja, integrante de la agrupación del maestro Núñez. A su madre esto no le gustaba, pero su entusiasmo y sus deseos de superación pudieron más. A los 14 años, casi al mismo tiempo que se quedaba huérfano de padre y madre, estaba rasgando la guitarra eléctrica, primero ante un público compuesto por amigos del barrio, más tarde junto a Alfredo “Lalo” Pérez con el grupo Luna Plateada. “Mi mamá falleció a temprana edad y yo, gracias a la guitarra, he salido adelante”.

Recuerda que “tocábamos música de la época, en fiestas, Palito Ortega, Los Iracundos, Los Náufragos, Trocha Angosta…”. Posteriormente fue parte de los famosos X5, con Edgar Caballero y compañía, para incursionar —dice él— en la música de una forma más comercial. Así también se hizo de amistades. “Gente mayor conocida como don Oscar Crespo, ‘Choco’ Torricos, don Gastón Aldayuz, Manuelito ‘Mono’ Dorado de la Parra, ‘Llojcho’ Auza”, algunos de los que conformaban el “Grupo de los 13”, a quienes acompañaba dada su habilidad con la guitarra. Guarda un recuerdo especial para Gerardo Rosas, el “K’ewa Gerardo”. Dice que este grupo de amigos lo llamaba y él les cocinaba un saice que “era para chuparse los dedos”. Luego cantaba, bailaba subiéndose a una mesa y el Ckopas lo acompañaba en la guitarra. “Cantaba, aplaudía y zapateaba al mismo tiempo, era un artista completo!”, le rinde un merecido homenaje al K’ewa Gerardo, rescatando de la memoria los versos de uno de sus bailecitos: “Dicha que poco duró / desdicha la llamo yo / desdichado desdichoso / que de esa dicha gozó”.

“Yo llegué a aprender para cantar 114 bailecitos, sin repetir yo cantaba 114 bailecitos”. Esto por acompañar a sus amigos, que gustaban de la música nacional. Con “Pío” Rivera y otros sucrenses de la época “tocábamos los ‘dancings matinales’, administrados por Gastón Aldayuz Medina, más conocido como el “Michi”, los domingos de 11:00 a 14:00 en el restaurante del Parque Bolívar, donde la Alcaldía tiene ahora sus oficinas descentralizadas.

“Ahí, por apuestas, canté los 114 bailecitos”, cómo olvidar el día que unos cambas le apostaron que no podría hacerlo y terminó ganando diez cajas de cerveza...

De don Alfredo Ortiz, el “Ckopa Bigote”, no solo recibió el sobrenombre; también algunos dotes artísticos, como el de la guitarra. Su padre integró el conjunto Sucre junto a Julio Rendón y Antonio Arandia, a la sazón el Dúo Rendón-Arandia. Ellos actuaban en el programa “Mensaje de Bolivianidad”, los domingos, en la Radio La Plata.

El karaoke
El Ckopas se casó después con Rosario Imbelloni Moreno. Y con el hermano de ella, Eduardo, más conocido como “Baby”, iniciaron un negocio con un pequeño capital que lograron vendiendo una línea telefónica.

“Viajábamos a EEUU y a Panamá, traíamos y comercializábamos aparatos electrónicos por encargo.

La gente nos pagaba por adelantado y traíamos minicomponentes, televisores, Betamax, de todo”. Dice que tenían una tienda en la calle Junín, allí donde se constituyeron en los primeros comercializadores con dólares. “Comprábamos también oro en chafalonía”.

Luego partió a Santa Cruz en busca de trabajo y conoció a Jorge Suárez López, dueño del karaoke El Sótano, que armaba pistas. “Cantábamos a dúo y me hice muy amigo de él. Un día le comento '¿qué tal si hago un local como este en Sucre?' y él me dice: ‘te va a ir bien porque cantas y tienes buen carácter’”. En ese momento en la capital oriental había dos karaokes, El Sótano y El Masato, apellido de su dueño, un japonés.

La idea del local se concretó en 1990 en la calle Calvo, frente a la iglesia de Santa Domingo, donde era el Cine Lin. Sus amigos lo desanimaban diciéndole que no iba a funcionar, que la gente cantaba solo en Santa Cruz; nadie se imaginó el éxito que tendría. Se llamaba simplemente “Karaoke”, pero sus clientes —sucrenses al fin— no tardaron en rebautizarlo: “Karaoke Ckopas”.

Entonces, “comercializar una pista de karaoke costaba 20 dólares la canción. Hablé con mi amigo y me vendió las pistas, en casetes, a mitad de precio. Le fui pagando en cómodas cuotas mensuales”. Era solo audio (no había pantallas de TV) y la gente salía a un escenario para cantar leyendo la letra en un libro, “con decirte que antes de que inaugurara el karaoke, la gente daba vueltas a la plaza: las mujeres a un lado, los hombres a otro lado. Llegaban las nueve de la noche y no había un alma, la ciudad se vaciaba… Ahí la gente empezó a saber lo que era amanecerse”.

Entonces, un solo taxi hacía viajes nocturnos en todo Sucre. “Paraba en la esquina de la Alcaldía, te recogía, te llevaba a tu casa y mientras tanto, los demás clientes tenían que esperar en la esquina de la plaza (25 de Mayo). Era un auto antiguo, de color plomo, que pertenecía al ‘Mono Dorado’”.

En la Calvo estuvo cuatro o cinco años, hasta que el alcalde de entonces no soportó la presión de la iglesia, según cuenta el Ckopas. “Tuve que trasladarme a la calle Loa”, donde el karaoke funcionó más o menos 15 años, tiempo en el que fue evolucionando junto con la tecnología. Así, pasó del casete (con libro físico), al Betamax (TV más letras), luego al VHS (mejor calidad de video) y, por último, al DVD.

Hoy, “yo tengo un software de karaoke que se actualiza todos los días”, expresa levantando las cejas, todavía admirado. El mismo programa que incluso anuncia las canciones, “por eso —agrega— requiero internet para que funcione”.

Dice que tiene unas 60.000 pistas, actualmente. “Pero, la verdad, se deben cantar unas 1.000, exagerando. En el karaoke lo más exitoso es la música del ayer. Uno de los temas más cantados es ‘El gato en la oscuridad’ (Roberto Carlos). O ‘Bailar pegados’ (Sergio Dalma), clásicos en todo lugar”.

Desde la experiencia del karaokero número uno de Sucre, además de esos temas, los más cantados son: “Hacer el amor con otro”, “Cuidado con el corazón”, “Basta ya”, “Y nos dieron las 10”. De la actualidad, la más cantada es una de Los Kjarkas, “Fría”. Lo sabe porque tiene un software que almacena los pedidos y elabora un ranking.

Pronto inaugurará un “Video bar”, con música al vivo, en la planta baja del local de la calle Colón. El cliente pedirá una canción y podrá ver en pantallas gigantes el video original de su artista preferido. Allí también habrá actuaciones especiales de los mejores cantantes de karaoke.

El cambista
“He sido el primero en vender dólares en Sucre”, cuenta el Ckopas a ECOS. Recuerda que trabajaba con el extinto Banco de Cochabamba y que para poder tener utilidades, manejaba el dólar a un precio algo mayor al que conseguía en Santa Cruz. Tuvo este negocio un tiempo, antes de abrir su karaoke, a mediados de los 80, cuando el país sentía el rigor de la devaluación, con la UDP.

“No había casas de cambio y la gente traía la plata en costales, porque no tenían valor los pesos en esa época; hasta el mercado iban con bolsas llenas de plata por la inflación. Yo les transformaba ese dinero en dólares; ellos se salvaban de la devaluación y yo también, por la utilidad.

He llegado a depositar el dinero en el Banco del Estado (donde hoy está la Fiscalía General) en camioneta de estacas. Aparecieron los famosos ‘cheques de gerencia’, que no terminaban de salir de su plástico y ya estaban sin valor. Los intereses en el banco llegaron al 53 % mensual”. Recuerda que “yo ayudé para que los primeros cambistas se sitúen en la avenida Hernando Siles”.

Los radiomóviles
El Ckopas inauguró en Sucre el primer radiomóvil, al que llamó “COL” (Carlos Ortiz Leytón), en el año 1986. Lo constituían solo petas (escarabajos) Volkswagen, de color verde y blanco, al estilo de los taxis que había en México. Eran suyos, como los radiotransmisores. Contrataba a los choferes, que tenían relación de dependencia con él.

Casa de fin de semana
A mediados de los 90, lanzó en la capital otra oferta novedosa para su tiempo: “Mosoq Llajta”, un lugar para relajarse los fines de semana, con dos piscinas, tobogán, sauna y churrasquero. Se trataba de un caserón del año 1730, que en su momento perteneció a Adolfo Costa du Rels.

El corredor
Un 27 de abril de 1996, “me dieron por muerto”, por un grave accidente en Tarija, en una de las competiciones nacionales de automovilismo. Porque también fue corredor.

“Ese año fue el último, corrí una vez más la Integración del Oriente (donde llegó a subir al podio) y ahí acabó mi carrera”.

Entre sus anécdotas de piloto, el Ckopas rescata una para no creer. “A la misma hora que yo me he accidentado, ese mismo día se accidentó Gastón Heredia en Padilla”. Entre risas, pasado el susto, cuenta que desde entonces se comenzaron a llamar por teléfono cada 27 de abril para felicitarse mutuamente, “porque seguimos viviendo”.

Su mayor orgullo
Su mayor orgullo, su hijo Eduardo, el que le ayudó a modernizar el karaoke, tiene negocio propio, “Karaoke Media”, como un desgajo del que maneja su padre. Es productor de pistas que comercializa en internet desde Estados Unidos y España, donde reside en la actualidad.

Lo hizo gracias al ejemplo que le dio el popular Ckopas, que no lleva más el bigote combado de otras épocas pero sigue, al pie del cañón, con su marca registrada entre la boca y la nariz.

El Ckopas multifacético, emprendedor heterogéneo, amigo de tantos amigos de hoy y de ayer en Sucre.

“Comercializar una pista de karaoke costaba 20 dólares la canción. Hablé con mi amigo y me vendió las pistas, en casetes, a mitad de precio. Le fui pagando en cómodas cuotas mensuales”. Era solo audio (no había pantallas de TV) y la gente salía a un escenario para cantar leyendo la letra en un libro. “Con decirte que antes de que inaugurara el karaoke, la gente daba vueltas a la plaza: las mujeres a un lado, los hombres a otro lado. Llegaban las nueve de la noche y no había un alma, la ciudad se vaciaba… Ahí la gente empezó a saber lo que era amanecerse”.


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